ANTECEDENTES DE LA HIGIENE NATURAL
La Higiene Natural resurge en 1822, cuando el Dr. Isaac Jennings estaba preocupado al ver que sus pacientes en vez de mejorar empeoraban al ingerir muchos medicamentos.
Observó, también, que a medida que los médicos envejecían recetaban menos medicinas.
Dejó de prescribir medicinas y descubrió que sucedían “milagros”. Sencillamente, a manera de experimento, ordenó píldoras de harina y agua teñida junto con órdenes estrictas de seguir terapias de Higiene Natural.
La Higiene Natural tuvo un descenso cuando en 1870, con el comienzo de la “era de los microbios” se recetaban con éxito grandes cantidades de antibióticos para curar las enfermedades. Sin embargo, para 1920, el Dr. Herbert M. Shelton se alzó nuevamente como la voz erudita de la Higiene Natural.
La
Higiene Natural sostiene que la salud es normal y natural y que es el resultado de una vida saludable. El cuerpo humano es un organismo autosuficiente capaz de mantenerse en perfecto estado de funcionamiento, completamente libre de enfermedades, siempre que se satisfagan sus necesidades.
Las necesidades del cuerpo son físicas, mentales y espirituales. Las físicas se refieren a todas aquellas que tienen que ver con nuestro tipo de nutrición, salud y abrigo. Las mentales tienen que ver con nuestra personalidad, conducta e intelecto y las espirituales, con los valores y las aspiraciones. Todo esto debe desenvolverse dentro de una relación individual, pero también ecológica, socioeconómica y ética.
Básicamente todo está en la relación que tengamos con los cuatro elementos básicos de nuestro planeta: la tierra, el agua, el sol y el aire.
Con el tipo de alimentación que llevemos y sabiamente con el conocimiento y práctica que hagamos de las Leyes de la Naturaleza que es en lo que se basa el auténtico naturismo.
Se dice que no hay enfermedades, sino enfermos que quien cura no es el médico ni las medicinas, es la misma persona la que se cura. La tierra sana, el agua purifica, el aire restablece y donde entra el sol no entra médico. Somos, además, lo que comemos y de la abundancia del corazón habla la boca.
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El Nuevo Diario